¿Cómo surge una revolución? ¿De
dónde nace? ¿Qué la impulsa, qué marca su devenir? ¿Se puede lograr cambiar
las cosas?
El cineasta Sylvain George se
dedica en esta película a retratar el llamado Movimiento 15-M. Y precisamente
es en su papel de testigo donde radica su mayor virtud. Vers Madrid (The Burning Light)! es un testimonio visual y sonoro
de los acontecimientos que arrancaron en la Plaza del Sol: desde las asambleas
y las acampadas, pasando por las manifestaciones, y acabando con la violencia y
la represión. Sylvain no impone su mirada más allá de la obvia selección de hechos
y de su montaje, y permite al espectador acercarse de primera mano a estos sucesos
tan recientes.
Es una oportunidad única de, alejado de prejuicios y verdades
a medias (y mediatizadas), presenciar el nacimiento y la evolución del
movimiento indignado. Pero es más que eso. No se trata sólo del colectivo, sino
de las personas que lo forman. Presenciamos el interés compartido por el cambio,
la rabia, el hastío, la colaboración, el trabajo... Pero también la pluralidad
de voces y opiniones, la disparidad de intereses, la incongruencia de ciertas
ideas, la inoperancia del propio modelo de consenso, la incapacidad de lograr
el diálogo ante la violencia… En definitiva, el ser humano y sus
circunstancias.
Es, por lo tanto, un documento
profundamente formativo y que nos atañe a todos, sobre todo a los jóvenes. Y
del que se pueden sacar valiosas lecciones. Cada uno las suyas.
Está claro que Quentin Tarantino
se lo ha pasado bomba creando su última película. Para regocijo de fans y
hastío de detractores, Django Unchained
es más tarantiniana que nunca. Tiene todos y cada una de sus señas de
identidad: diálogos marca de la casa, reconocible puesta en escena, empleo de
música ahora para subrayar, ahora con intenciones contrapuntísticas, mezcla de
géneros, homenajes, robos, humor en situaciones que todo hijo de vecino
encontraría grotescas en la vida real... La lista no termina. Pero no sólo de
repetición vive el artista. Y la novedad en esta su séptima película (Kill Bill cuenta como una) no está tanto
en que, después de continuas referencias al género, es la primera vez que una
película suya se enmarca en el periodo temporal propio del spaghetti western.
No señor, no se trata de eso. Sino de que por primera vez Tarantino se adentra
en un territorio inexplorado: el cine como denuncia.
Del mismo modo que Inglourious Basterds representaba el sueño
húmedo de la comunidad judía (y por extensión la de todo ser humano), cambien aquí
judíos por afroamericanos y tendrán el mismo resultado. Esta vez no se trata por lo
tanto de matar a Hitler, sino de quedarse a gusto cargándose a todo racista, esclavista
y white trash que se cruce
en el camino del liberado Django. El cine como herramienta de ajuste de cuentas;
como posibilitador de fantasías vengativas para saciar simbólicamente la sed de
venganza.
Hitler, encarnación del mal
absoluto cambia de ropajes, pero con un cambio significativo. Así como nadie
puso peros en dicha ocasión, esta vez el tema de la esclavitud ha levantado más
de una ampolla. Es fácil de explicar. El desprecio al tipo del bigote está
aceptado e institucionalizado; pero la esclavitud (y sobre todo la
representación fílmica de esta) sigue siendo un tema tabú en los Estados Unidos.
Ha tenido que venir el más lúdico y pop de los directores contemporáneos para
poner el dedo en la llaga. Tarantino analiza con un escalpelo el pasado oscuro de una nación asentada sobre los
principios de libertad e igualdad.
Al igual que Inglourious Basterds nacía de la película de Enzo G. Castellari Quel maledetto treno blindato (1978),
llamada The Inglorious Bastards en Estados
Unidos, Django Unchained también
tiene una clara referencia cinematográfica. No me refiero tanto a Django (1966, Sergio Corbucci), film del
que recicla el nombre y las maneras de su protagonista, como a The Legend of Nigger Charley (1976, Martin
Goldman), un blaxploitation en toda regla, de esos que sólo Tarantino parece
conocer.
Por supuesto que las similitudes
son muy limitadas, pero comparten algunos aspectos clave. En el caso de la
citada The Inglorious Bastards, las
similitudes no iban más allá de haber servido como inspiración para el título
de la película y el concepto de esta: un grupo de soldados
americanos de la peor calaña cargándose a todo nazi que se cruce en su camino. En
el caso de The Legend of Nigger Charley,
las similitudes, más que por la trama¹, se encuentran en las intenciones.
NOTA ¹: a pesar de lo cual, sí
que es cierto que hay al menos una escena que parece tener ecos en Django Unchained. Se trata de un momento
en que Nigger Charlie, el héroe protagonista, y sus compañeros entran en un saloon,
ahuyentan a los parroquianos, y se toman una cervezas la mar de a gusto,
esperando que vengan a por ellos.
The Legend of Nigger Charley, como blaxploitation que es, cumple
con todos los requisitos del (sub)género. A saber: ínfimo presupuesto, calidad
más que cuestionable, actuaciones que nunca ganarían un Óscar, y violencia,
violencia y más violencia. Pero existe un tema y unas intenciones que Tarantino
ha querido captar, que no es otro que la cristalización de esa fantasía
vengativa a la que hacíamos referencia, pero con un propósito. Por medio de la
creación de un héroe, de una leyenda de carácter cuasi-mitológico (un esclavo
liberado que pretende devolver el daño recibido) se persigue el empoderamiento
de la comunidad negra. En el contexto de la película de los 70, la intención
era conseguir que el público destinatario (afroamericano, se entiende) no sólo aullara
y pataleara de entusiasmo en la sala al ver reflejado en pantalla los instintos
vengativos más primarios, sino que experimentara una reinstauración poética de
la injusticia sufrida por sus antepasados. Por medio de este ejercicio cinematográfica de la Ley
del Talión se pretendía conseguir una catarsis revitalizadora;
sanadora, si se quiere.
Por eso, Django Unchained es una película de empoderamiento para la
comunidad afroamericana estadounidense, que por medio de una fantasía histórica
de venganza pretende crear un héroe que no sólo devuelva simbólicamente todo el
mal padecido, sino que suponga un puñetazo en la mesa a favor de la igualdad
racial. Y para ello era totalmente necesario mostrar la esclavitud sin
cortapisas, en toda su crudeza; denunciando sus sádicas prácticas y su
enfermiza aceptación social en los Estados del Sur². No obstante, Quentin
Tarantino no hace tanto hincapié en su dureza física (que la hay), sino en su
atrocidad ideológica, diseccionando la mentalidad esclavista y racista como
pocas veces se ha visto en pantalla. Sólo de este modo la catarsis y la denuncia podían
ser completas.
NOTA²: aceptación no sólo por
parte de los esclavistas, sino por parte de los propios esclavos, encadenados tanto
mental como físicamente, cadenas que Django rompe. “¡Tenéis derecho a ser
libres! ¡Somos seres humanos con la misma dignidad y los mismos derechos que
cualquier otro! ¡Liberaos!” viene a decir el héroe parco en palabras.
ESPOILERS. Si no has visto la película, yo de ti no seguiría
leyendo, forastero.
Es por eso que el tan criticado
último tercio de la película es absolutamente necesario. No digo que no baje el
listón una vez que los personajes de Christoph Waltz y Leonardo DiCaprio están
fuera de escena, que lo hace (más que nada porque estos actores interpretan
unos personajes tan carismáticos que su ausencia se nota muchísimo). Pero si
Django no completara el círculo, si no fuera hasta el final del camino como
caballero medieval al rescate de su dama, si no aniquila al mal por completo, Django Unchained carecería de sentido.
Esta entrada recopila parte del material publicado en el blog Club de cine Mr. Pink,
medio de carácter universitario para el que trabajé con motivo de la
60ª Edición del Festival de Cine de San Sebastián. Lo que sigue son las
críticas de algunas de las películas que más me gustaron,
independientemente de la sección en la que fueran programadas.
Amour (2012)
La última película de Michael Haneke, ganadora de la Palma
de Oro en Cannes este año, ha sido para el que esto escribe la mejor película que
he visto en esta edición. Ya tengo ganas de volver a verla. Como decíamos hace
unos días, “el estilo directo, áspero y sincero del director nos deja una
película que te remueve por dentro”. Esta historia de amor sincero, se vive
como una tragedia, se respira como una celebración de la vida, y se siente como
una historia de terror. Amour es una pequeña obra de cámara
filmada entre las cuatro paredes de un piso parisino. Ahí, una pareja de ancianos
asiste impotente y desbordada al ocaso de sus vidas. La enfermedad llama a la
puerta y no pueden negarle la entrada. Desde ese momento, presenciamos en
pantalla el lento pero inexorable marchitar del cuerpo humano, y con él, el del
propio espíritu. Haneke sobrecoge, pero a diferencia de sus anteriores films,
aquí la tragedia deja cierto poso de esperanza. El amor, mostrado en su forma
más pura y bella, es la tabla de salvación del alma humana.
Como curiosidad, durante la
proyección me fijé en un detalle de montaje (que me pareció soberbio). Cada secuencia
comienza siempre con un elemento en acción dentro del plano. Ya sea alguien
dejando la bolsa de la compra en el suelo o fregando los platos, Haneke sigue
al pie de la letra la regla de oro de toda buena secuencia: llegar tarde y
marcharte pronto. Siempre in media res.
De modo que, y pese a lo que algunos ronquidos en la sala pudieran sugerir,
al film no le sobra ni un fotograma.
Bestias del sur salvaje (Beasts of the Southern Wild, 2012) La ópera prima de Benh Zeitlin, que venía de cosechar premios y reconocimiento en
Sundance y Cannes, gustó mucho. Filmada con una libertad de movimientos asombrosa,
la película maravilló por una emotiva historia que mezcla realismo y fantasía
de forma sorprendente. Hushpuppy, una pequeña niña que
vive en la indigencia con su padre, se enfrenta a la amenaza de ver su casa
inundada. Esta fábula sureña es un relato de iniciación en el que la
protagonista debe hacer frente a sus miedos. A pesar de lo sugerente de la
propuesta, a ratos me pareció un tanto deslavazada y encontré repetitivo el uso
de la música (excelente, por otra parte), que parecía estar destinada a subir
el nivel de adrenalina en los momentos que el tedio llamaba a la puerta. Eso
sí, la actuación de la niña es espectacular. Pero la película deja un poso a
drama festivalero bienintencionado, con cierto tufo de apología del buen salvaje.
Ya se sabe, en estos tiempos de hiperdependencia tecnológica y ritmo frenético en
la gran ciudad, la vida rural, primitiva y autosuficiente, nos parece una
bucólica evocación pastoril. Y nosotros, los espectadores, lo tuiteamos a los
cuatro vientos desde nuestra cómoda butaca.
No (2012) Se trata de la película seleccionada por
Chile para el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Y la verdad es que
nos gustó bastante. El film, dirigido por Pablo Larraín y protagonizado por
Gael García Bernal, trata sobre el rechazo de los chilenos a la dictadura de
Augusto Pinochet. En 1988, bajo presión internacional, Chile celebró un
referéndum para decidir si el dictador debía seguir al frente del país. Para
conseguir inclinar a los atemorizados votantes a favor del No la oposición
orquesta una campaña publicitaria con muy pocos recursos pero sobrados de
buenas razones.
Las expectativas que teníamos con la película no eran muy altas que
digamos, ya que en ediciones anteriores pudimos ver otra película del mismo
director, Tony Manero, que no fue
precisamente Santo de nuestra devoción. Pero lo cierto es que esta vez convence
con una narración muy bien hilada, personajes bien perfilados y un componente
claramente político que aboga por los valores universales de libertad y
democracia. Como nota negativa señalamos la discutible elección estética. No está filmada con una saturación de
colores y una falta de definición en la imagen que pretende evocar la época que
nos ocupa. Vamos, que luce igual que los vídeos de la primera Comunión que
grabó mi padre con la cámara de casa.
Après
mai (2012)
Tenía muchas ganas de ver la nueva película de Olivier Assayas, sobre
todo viniendo de dirigir la celebrada miniserie Carlos. Además, las críticas que recibió en su presentación en
Venecia no podían ser mejores (Y ganó el premio a mejor guion). Pero lo cierto
es que, a juzgar por la escasa valoración en las votaciones del público, el
film no causó gran sensación en Donostia. Algo que achaco a ser una película
que apela más al intelecto que a las emociones.
Assayas reconstruye la época
posterior al mayo francés del 68 escribiendo una crónica entre nostálgica y
desapegada. Après mai es un retrato
de juventud de los llamados bobo, forma
contracta de bourgeois-bohème. Este término
se refiere a aquel grupo social caracterizado por pertenecer a la clase alta y
al mismo tiempo profesar valores propios de la contracultura. Esto es:
simpatizo con ideas hippies, bohemias o marxistas al mismo tiempo que me puedo
pagar varios viajes al Himalaya para rencontrarme con mi yo interior, y de paso
traerme un cargamento entero de chales de cachemira para todos mis
amigos. Dos veces al año.
Pues bien, a mí, la película me
pareció una pequeña maravilla. No sólo por su ambivalente mensaje entre
crítico, mordaz y neutro, como también por su aparente aplicación a los tiempos
que vivimos. Parece decir: “¡Juventud, rebelaos! O no. Es cosa tuya... Pero hagas
lo que hagas, sé justo contigo mismo”.
El atentado (The Attack, 2012)
Como
su nombre indica, la película arranca tras un atentado que pone patas
arriba la vida del protagonista, un médico palestino que vive entre
israelíes. Filmado con brío y buen gusto, hay escenas que nos ponen un
nudo en la garganta. Se agradece que a pesar de tratar el conflicto
árabe-israelí, no pretenda sentar cátedra ni dar lecciones de nada. No
hay moralina. No se trata de una de esas películas con mensaje
tan en boga. Y menos mal. Sin embargo, salimos de la sala con la
sensación de que algo falla. Tras el suceso inicial, la película se
convierte en una mezcla entre un thriller de investigación, y un viaje
de introspección personal. El protagonista debe ajustar cuentas consigo
mismo y con su pueblo. Pero algo no termina de casar. O quizás todo se
deba al final, que no desvelaré, pero que más que como un clímax se
siente como un abandono. En cualquier caso, bastante recomendable.
César debe morir (Cesare deve morire, 2012)
Se trata de la ganadora del Oso de Oro en Berlín de este año. El film pone en escena una representación de Julio César
de William Shakespeare interpretada por los presos reales de la cárcel
de Rebibbia, en Roma. A favor, lo tiene todo, empezando por el propio
texto del genio de Stratford-upon-Avon. Por otro lado, la propuesta
parece agotarse en el enunciado. Una vez que conocemos las bases del
film, se torna un tanto rutinario y sólo si pensamos en su valor como
documento y demostración del trabajo de estos presos es cuando podemos
refrendar la valía del premio en Berlín.
De entre los recientes estrenos
de estas semanas la última cinta de Cronenberg destaca por haber pasado de
puntillas, quizás más de puntillas de lo que debería para un director de su
talla. Puede que influya el retraso en su estreno (el que quería verla, ya la
había visto por otras vías), puede que el público se haya dejado llevar por las
duras críticas que recibió en Cannes, o simplemente que a la peña no le
apetezca ver el careto a Robert Pattinson. Doy por hecho, quizás injustamente,
que a los seguidores de la saga vampírica les traía al pairo esta peli. No me
quiero ni imaginar la cara de aquel fan de Crepúsculo que haya ido al cine sólo
por ver al actor protagonista.
La percepción generalizada de
Cosmópolis es que es un bodrio de película. Lenta, aburrida, extraña, con unos
diálogos antinaturales y una trama desquiciada. Vamos, que no hay por donde
cogerla. En cambio, en el extremo opuesto, parte de la crítica más, por decirlo
de alguna manera, intelectual, ha visto en ella una especie de piedra Rosetta
de la actualidad. Poco más o menos que LA película sobre la crisis. Y la verdad
es que ambas partes tienen razón… y no la tienen.
Cosmópolis no es una película
fácil de ver (al menos, según qué hábitos cinéfilos tenga cada uno). Va a contracorriente.
Da al espectador muy poco a lo que agarrarse. Es fría, intelectual, antinatural
e ininteligible. Pero creo que esto no debe ser obstáculo para su disfrute. Es
más, se agradecen películas que no nos den todo masticado, que nos hagan
pensar, dudar, reflexionar sobre lo que estamos viendo y que nos hagan exclamar
cada dos o tres segundos: “¡pero qué coño es esto!” Ahora bien, ¿dónde están
los límites? ¿Existen?
No he leído la novela que adapta,
pero en todos los sitios concuerdan en lo fiel que es a su esencia y a sus
diálogos, diálogos que por otra parte ni suenan naturales ni lo pretenden, ya
desde el mismo libro. Así lo reconoce el director en una entrevista publicada en Caimán.
Cuadernos de Cine. Ahí, el director hace una interesante
observación: los diálogos en las películas no son naturales, nunca lo son.
Podrán sonar más o menos naturales, pero siempre hay una estilización. Esto es
algo lógico que se aprende ya desde la primera clase de guion. Una conversación
corriente en una cafetería tiene más que ver con Tiro en la Cabeza que con una
película mainstream al uso. Tienes que acortar e ir al grano. En Cosmópolis
también lo hacen, pero en vez de optar por un estilo naturalista lo hacen por
una vía más abstracta y conceptual.
Y eso es lo que es la película a
fin de cuentas, una mirada abstracta y conceptual a los porqués de la crisis.
Esto que en el fondo es su principal razón de ser es lo que me parece termina
lastrando a la película. Ya que de tan conceptual y abstracta da la impresión
de que lo único que importa es la idea, la tesis a demostrar, los males de la
crisis vienen causados por tipos enjaulados en urnas de cristal, alejados del
contacto de las personas con cuyo dinero juegan todos los días. Y para
demostrar esto, no estoy seguro de que el cine sea el mejor modo de hacerlo.